Thursday, March 30, 2017

PAISAJE [CULTURAL] Y NATURALEZA

DEL TEXTO: TERRITORIO, TURISMO Y DESARROLLO SUSTENTABLE EN LA QUEBRADA DE HUMAHUACA
Paisaje y naturaleza al servicio de la práctica turística
Lucila Salleras*
Universidad de
Buenos Aires – Argentina

Es preciso tener en cuenta que tanto naturaleza como paisaje son conceptos polisémicos que con el correr del tiempo han migrado de una disciplina a otra adoptando diversos significados (Reboratti,2000). De acuerdo con Aliata & Silvestri (1994), el paisaje debe ser entendido en perspectiva histórica teniendo en cuenta la intercambiabilidad de términos que ha generado su desdibujamiento desde la segunda mitad del siglo XIX hasta su consecuente devaluación. Estos autores señalan que la historia del paisaje es una historia de miradas que aparece como paradigma de ciertas formas de lectura de la realidad, que se van perdiendo o cambiando con el tiempo y de una aspiración –nunca alcanzada de una armonía mítica entre el hombre y la naturaleza que se habría perdido con la modernidad.

La idea de paisaje supone un escenario y un espectador. El espectador deposita una serie de valores en el escenario y una serie de técnicas desarrolladas para representarlo o construirlo según su propia mirada. Por lo tanto, la construcción estética del paisaje resulta de la separación del sujeto con respecto al objeto y la construcción de este de acuerdo a los valores impuestos por el sujeto (Aliata & Silvestri, 1994).
¿Cualquier espacio puede ser considerado un paisaje? Según estos autores se trata siempre de un espacio exterior que se construye a partir de una relación entre el interior humano (material y simbólico) y un exterior que originalmente fue, o pretendió ser, la naturaleza entendida como la calidad y carácter esenciales de algo. Sin embargo, “la naturaleza” no puede ser considerada sólo “como algo que existe “ahí afuera” – en la vida de las plantas, el comportamiento de los animales o la pauta de los vientos y las corrientes oceánicas- sino también dentro de nuestros mundos mentales y nuestro conocimiento histórico” (Arnold, 2001: 16). La “naturaleza” es lo que la cultura designa como tal (Corboz, 2001).
 
De acuerdo con Simmel (1986: s/d) la naturaleza es la unidad de un todo, “Si designamos algo real como naturaleza entonces mentamos, o bien una cualidad interna, su diferencia frente al arte y lo artificial, frente a lo ideal y lo histórico o bien el hecho de que debe valer como representante y símbolo de aquel ser-global”. Por lo tanto, para este autor la naturaleza no puede pensarse en “trozos” por que es la unidad de un todo. No así el paisaje el cual supone un recorte, la selección de una parte de esa naturaleza por el hombre. Esa selección de la naturaleza esta atravesada por un determinado punto de vista por lo cual habrá múltiples formas de representar un paisaje.
En consonancia con lo planteado por Simmel respecto a la noción de paisaje, para Nogué (2007:378) éste “es a la vez una realidad física y la representación que nos hacemos de ella; la fisonomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción individual y social que genera; un tangible geográfico y su representación intangible. Es, a la vez, el significante y significado, el continente y el contenido, la realidad y la ficción”.
Dicho esto, cabe señalar que la noción de paisaje surge en la modernidad a partir de una determinada idea de naturaleza que comienza a prescindir de Dios para encontrar sentidos internos a ella. Aliata & Silvestri (1994:15) siguiendo a Simmel, señalan que la percepción de valores en la naturaleza sólo fue posible a partir de que el hombre comenzó a dominarla y fue en ese proceso de creación de una segunda naturaleza que éste se volvió nostálgico hacia la idea de naturaleza original.
En esta noción de paisaje como construcción y creación del hombre (lo que se podría llamar una segunda naturaleza) la arquitectura jugó un rol primordial desarrollando la idea del diseño y construcción de jardines en diferente escala, lo cual supone una acción concreta para inventarlo (Reboratti, 2000). Tal es así que la construcción del paisaje moderno surge desde la ciudad (así como también las nociones de territorio, medio, naturaleza) y aparece estrechamente relacionada con el dominio material de ésta sobre el campo y con el deseo de un retorno a la naturaleza.
 
No obstante, más allá de este anhelo de un retorno a la naturaleza y su lugar predominante en la construcción y representación de los paisajes, ya a principios del siglo XX se hablaba de paisaje industrial y urbano. Además, hace unos años ha empezado a acuñarse con más fuerza la noción de paisaje cultural intentando dar cuenta de la relación histórica y cambiante entre el hombre y su ambiente natural.
Ahora bien, en 1992 la UNESCO incorporó la categoría de paisaje cultural en la guía operativa para la implementación de la Convención de Patrimonio Mundial. De esta manera, la Convención se transformó en el primer instrumento jurídico internacional para identificar, proteger, conservar y legar a las generaciones futuras los paisajes culturales de valor excepcional (Rössler, 1998). Una vez instalada en la agenda internacional la importancia de preservar el paisaje como un componente fundamental del patrimonio natural y cultural de los pueblos, en el año 2000, los estados miembros del consejo de Europa hicieron lo suyo y crearon el Convenio Europeo del Paisaje. El convenio hace hincapié en que “el paisaje desempeña un papel importante de interés general en los campos cultural, ecológico, medioambiental y social, y que constituye un recurso favorable para la actividad económica y que su protección, gestión y ordenación pueden contribuir a la creación del empleo” (Convenio Europeo del Paisaje, 2000: 1)
Zusman (2009: 213-214), basándose en Santos (1996), señala que “el criterio de patrimonialización de la UNESCO se torna en una norma que acaba dando a ciertos sitios la forma de paisajes culturales. Esta norma, a través de la forma que genera, permite dirimir ciertos conflictos por el uso del espacio al promover la inversión turística en estos ámbitos. La UNESCO, se ocupó de dejar en claro este vínculo entre norma (criterio de patrimonialización), forma (paisaje cultural) y capital (turístico)”. De esta manera, el paisaje cultural entra al mercado a través de la práctica turística y paralelamente dicha práctica lo convierte en mercancía (Zusman, 2009).
 
El primer sitio declarado Paisaje Cultural por la UNESCO en la Sudamérica Continental fue la Quebrada de Humahuaca. Los integrantes del Comité de Patrimonio Mundial calificaron al paisaje como un “sistema patrimonial de características excepcionales”, itinerario cultural de 10.000 años del llamado Camino del Inca (Dictamen ICOMOS, 2003). Según la UNESCO hay tres categorías para la definición de paisajes culturales: 1) paisajes claramente definidos, diseñados y creados intencionalmente por el hombre (jardines y parques); 2) paisajes evolutivos (u orgánicamente desarrollados) resultantes de condicionantes sociales, económicas, administrativas, y /o religiosas, que se han desarrollado conjuntamente y en respuesta a su medio ambiente natural (éstos se dividen en dos subcategorías: paisaje fósil / relicto y paisaje continuo en el tiempo); 3) paisaje cultural asociativo de los aspectos religiosos, artísticos o culturales relacionados con los elementos del medio ambiente (Guía Operativa para la Implementación de la Convención del Patrimonio Mundial de la UNESCO). Dentro de la clasificación señalada, la Quebrada es considerada como paisaje evolutivo (u orgánicamente desarrollado) resultante de condicionantes sociales, económicas, administrativas y/o religiosas, que se han desarrollado conjuntamente y en respuesta a su medio ambiente natural.
En la postulación de la Quebrada de Humahuaca como Patrimonio de la Humanidad (2002), el paisaje natural y cultural es presentado como uno de los recursos primordiales del sitio, como un elemento de contemplación y admiración visual de la forma territorio. Éste es a la vez promocionado por agencias de turismo y por el propio gobierno provincial como atractivo turístico. Por lo tanto, muchos de los discursos que se construyen en torno al mismo están atravesados por una visión mercantilista. La naturaleza es representada como elemento mítico y los hombres que allí habitan forman parte de esa naturaleza.

Como señala Troncoso (2009b), la caracterización de la cultura andina de la Quebrada se realiza muchas veces en contraste con la sociedad occidental y con el presente. En esas formas de caracterizar y promocionar a la Quebrada como lugar turístico - que puede verse en videos de promoción turística, folletos y publicidades- muchas veces se termina trasmitiendo una imagen atemporal y arquetípica del territorio y donde ese paisaje cultural que se supone en constante construcción se petrifica en una imagen estereotipada de la Quebrada y sus pobladores.
 

Por consiguiente, frente a esas caracterizaciones que trasmiten una visión romántica y estática de la cultura y paisaje quebradeño, en el Plan de Gestión de la Quebrada Humahuaca (2009) se menciona que a fin de “…evitar acciones que tiendan a momificar el estado original del sitio. La dinámica evolutiva planteada debe continuar de manera que el hombre de la Quebrada pueda convivir con los cambios de vida actual, siempre que se preserven y conserven los rasgos identitarios y los valores por los cuales la Quebrada de Humahuaca fue reconocida como Patrimonio Mundial” (Secretaría de Turismo y Cultura de Jujuy, 2009:116).
En la Propuesta de Inscripción de la Quebrada como Patrimonio Mundial se describe el paisaje haciendo referencia a un medio natural y cultural ordenado y armónico: “En la conformación de los poblados, de los entornos y del paisaje en general, se conjugan la geografía, las etnias que la habitan y las corrientes culturales que las animan” Arquitectura y urbanismo, paisaje y medio, se articulan formando un paisaje excepcional (Propuesta para la Inscripción a la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, Quebrada de Humahuaca. Un itinerario de 10.000 años, Jujuy, 2003). Troncoso (2009b) señala que suele revalorizarse la relación armónica que el mundo andino tiene con su medio ambiente en oposición a como esta relación se da en ámbitos urbanos.
Como señala Lopo (2007: 24) “El progresivo exilio de sentidos, la simplificación de las pluralidades y la mercantilización de los paisajes, los construye como espacios descargados de su vitalidad y destruye -muchas veces- aquello que pretende distinguir y revalorizar”. Frente a esta preponderancia del valor de exhibición de los bienes culturales por sobre su valor cultural, representantes de pueblos indígenas señalan que se esta dando una “desculturalización” del patrimonio y una “banalización de su historia” a costa de su explotación turística. Reclaman que no quieren verse ilustrados como hace quinientos años, en una historia monolítica, simplificada y estereotipada, dado que tanto ellos como sus tradiciones han cambiado.


En la denominación de la Quebrada de Humahuaca como paisaje cultural hay una recuperación de la dimensión cultural e histórica del paisaje a partir de la cual se destaca el vínculo entre el hombre y la naturaleza. Sin embargo, su mercantilización produce muchas veces un relato místico de la naturaleza y la cultura, silenciando los procesos históricos de lucha y conflictos por el patrimonio y territorio quebradeño.
En función de lo señalado hasta aquí, cabe reflexionar acerca de la necesidad de pensar el desarrollo sustentable teniendo en cuenta todas sus aristas. Es decir, en el que además de garantizarse la sustentabilidad ambiental, económica y social se trabaje también en el respeto de los aspectos simbólicos – culturales que constituyen a un territorio, sin caer en una folklorización del mismo.

 

recomendamos leer la totalidad del articulo en http://www.scielo.org.ar/pdf/eypt/v20n5/v20n5a09.pdf

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