Friday, August 27, 2010

Primeras miradas de Pacifico

Según Iturrioz-Ortiz




Palermo era una despreocupada pobreza. La higuera oscurecía sobre el tapial; los balconcitos de modesto destino daban a días iguales; la perdida corneta del manisero exploraba el anochecer; sobre la humildad de las casas no era raro algún jarrón de manpostería; coronado aridamente de tunas...

Hacia el poniente había callejones de polvo que no iban empobreciéndose tarde afuera; había lugares en que un galpón de ferrocarril o un hueco de pitas o una brisa casi confidencial inauguraba malamente la pampa; O si no, una de esas casas petizas sin revocar, de ventana baja, de reja- a veces de una amarilla estera atrás, con figuras- que la soledad de Buenos Aires parece criar, sin participación humana visible. Después: el Maldonado, como reseco y amarillo zanjón, estirándose sin destino desde la Chacarita y que por un milagro espantoso pasaba de la muerte de sed a las disparatadas extensiones de agua violenta, que arreaban con el rancherío moribundo de las orillas.
Hará unos cincuenta años, después de ese irregular zanjón o muerte, empezaba el cielo: un cielo de relinchos y crines y pasto dulce, un cielo caballiar...

Ahí se entristecía Palermo, pues las vías de hierro del Pacífico bordeaban el arroyo, descargando esa peculiar tristeza de las cosas esclavizadas y grandes, de las barreras altas, como pértigo de carreta en descanso, de los derechos terraplenes y andenes. Una frontera de humo trabajador, una frontera de vagones brutos en movimiento, cerraba ese costado; atrás, crecía o se emperraba el arrollo. Lo están encarcelando ahora: ese casi infinito flanco de soledad que se acavernaba hace poco, a la vuelta de la truquera confitería de La Paloma, será reemplazado por una calle tilinga, de tejas anglizantes...

Entre los fondos del cementerio colorado del Norte y los de la Penitenciaría, se iba incorporando del polvo un suburbio chato y despedazado, sin revocar: su notoria denominación, la Tierra del Fuego. Escombros de principio, esquinas de agresión o de soledad, hombres furtivos que se llaman silbando y que se dispersan de golpe en la noche lateral de los callejones, nombraban su carácter. El barrio era una esquina final.

Por Jorge Luis Borges

1 comment:

Anonymous said...

muy buen laburo