Destacamos el contraste como característica predominante del lugar. Contraste
entre el día, agitado y sin descanso, y
la noche desolada y sin ruido. Contraste entre la semana, llena de gente
apurada y los feriados y fines de semana tranquilos pero con numerosos turistas
que aprovechan para conocer. Contraste entre edificios muy variados de todos
los estilos que conviven generando una imagen homogénea. Contraste entre calles
y veredas angostas y claustrofóbicas y avenidas anchas y espaciosas. Contraste
entre los edificios mas antiguos de la ciudad y los últimos y mas modernos.
Contraste sí, pero a la vez de una lectura uniforme y con una fuerte carga de
identidad. En definitiva, contraste.
Esa cuadrícula ordenada que
observamos cuando miramos un plano nos parece totalmente ajena cuando nos
sumergimos en las estrechas calles del microcentro. La gente camina en
distintas direcciones, los edificios parecen querer aplastarnos en esas veredas
angostas, como queriéndonos ocultar el cielo, el horizonte. Todo es confuso,
veloz, sin paz. Nos obliga a zambullirnos en ese ritmo acelerado. No hay tiempo ni lugar para el descanso, para
detenerse y contemplar.
Consideramos indispensable la
aparición de estos sitios de respiro,
de permanencia. Espacios donde el tiempo parece detenerse.
Es necesario conseguir el equilibrio
entre la trama de esta porción de ciudad, densa y compacta, y los lugares o
espacios abiertos. Notamos cierta analogía con la imagen de los expedientes
apilados de archivo (tomando ésta como emblema del poder judicial) y la
carencia de vacío en ella, tanto como la superposición de diversas capas, al
tener una aproximación cercana, que logran como resultado un todo homogéneo.
Proponemos al monumento como un espacio abierto bajo tierra, al cual se accede a
través de un tunel desde la Diagonal, un pasadizo oscuro hacia la libertad, un espacio de reflexión
alejado del ruido de la ciudad.
A
lo lejos se alcanza a ver la luz y, al llegar, nos encontramos con un lugar
para expresarnos libremente.