*Extracto del texto: La percepción del paisaje urbano, de Ana Ma. Moya Pellitero.
Les acerco el texto que comentamos en clase, para releer con detenimiento.
La ciudad es una entidad dinámica,
compleja, sometida a parámetros espacio-temporales, a imperativos culturales,
económicos y sociales. La ciudad es una construcción material y, a la vez, es
un “evento mental”, reconocida por la experiencia sensorial dentro de esos
mismos parámetros espacio-temporales. Martin Heidegger denomina al individuo Dasein, “ser-ahí”; es, pues, el sujeto “ser-en-el–mundo” y siempre
“ser-en-el–tiempo”, comprometido con su entorno, influido por esas coordenadas
espacio-temporales, involucrado en ese espacio geográfico, histórico y
cultural.
La conciencia permite adquirir
conocimiento de uno mismo y reconocer la propia respuesta al entorno cercano.
La ciudad reúne todas las múltiples experiencias observables, producto de esa
experiencia individual, que enriquecen cualitativamente su conocimiento. El
estudio de experiencias sensoriales individuales permite una reflexión
fenomenológica sobre determinados espacios urbanos en diferentes entornos
culturales y momentos históricos específicos. Estos individuos han empleado
distintos métodos de representación y reproducción para transmitir un instante
percibido, descubierto mentalmente a través de la observación. Es entonces cuando la mente selecciona
una información visual, la aísla, la organiza, la interpreta y la representa.
La ciudad adquiere una dimensión
fenomenológica cuando existe una relación mental del individuo con su entorno.
Norberg-Schulz, desarrolla una teoría del entorno construido bajo el punto de
vista de Husserl y Heidegger. El entorno construido y natural que habitamos
constituye una parte integral del Lebenswelt, “el mundo de vida” descrito como “el
mundo espacio-temporal de las cosas tal y como las sabemos experimentables en
nuestra vida, más allá de que de hecho sean experimentadas”.
La experiencia lisa y llana en la que
se da “el mundo de la vida” es el fundamento de todo conocimiento objetivo.
Dicho conocimiento se fundamenta, en el mundo de los sentidos, de la intuición
y de la apariencia sensible. El estudio
del “mundo de la vida” requiere de una intuición experimental “sensible”,
puesto que todo aquello que se presenta como algo concreto, que posee
corporeidad, también posee una propiedad psíquica o propiedades espirituales.
Entonces “el mundo de la vida” reúne lo experimentado, lo recordado, lo intuido
y toda forma de inducción, de lo posiblemente perceptible, con el potencial de
ser recordado. Es decir, engloba el
mundo de todas las realidades conocidas y desconocidas. El “mundo de la vida”
circundante es un “río heraclíteo” que es meramente subjetivo y aparentemente
inaprensible. No está definido por cómo es la realidad, sus propiedades, sus
relaciones, su estructura, o sus leyes internas, sino que es un mundo
“subjetivo-relativo” y, a la vez, múltiple.
En este “mundo de vida” la realidad
se ve, se palpa, se huele, se oye y, consecuentemente, se multiplican los modos
de su representación sensible, que permiten comunicar aspectos diferentes y
distintivos de la realidad.
El Genius Loci (Genio del Lugar) es una interacción entre el entorno
tanto urbano como natural y la vida humana. La manifestación aparente de esta
interacción es la existencia de una identidad tanto de demarcación como de
carácter. Por lo tanto, el lugar se transforma en la manifestación concreta del
Lebenswelt, “el mundo de vida”. Para Norberg-Schulz existe una experiencia del entorno
construido que no es ni objetiva ni subjetiva y, por lo tanto, no es posible
establecer una separación entre el cuerpo y su conciencia. De ésta manera,
sería inadecuado considerar una psicología de la percepción que separe el Lebenswelt entre sujeto y objeto, una
separación que ha sido, desde siempre, establecida en el dualismo de la
filosofía cartesiana. En opinión de Norberg-Schulz el mundo cualitativo ha
caído víctima de la cuantificación “que nos distancia de significados profundos
de nuestras experiencias cotidianas”.
El entorno urbano y natural,
entendido como esa relación entre lo objetivo y lo subjetivo, bajo un punto de
vista fenomenológico, también lo encontramos en el trabajo del geógrafo
cultural y orientalista Augustin Berque. Para él, el entorno no es un objeto
físico, sino una relación existencial; la relación que establece una sociedad
con éste. En su trabajo remarca la ambivalencia del ecoumène, que él introduce y define como la relación de los seres
humanos con la tierra que habitan. Berque destaca la ambivalencia del ecoumène
porque tiene a la vez, una naturaleza física, entendida como entrono y una
naturaleza fenomenal, entendida como paisaje. Su significado depende de lo
físico y fenomenal, lo ecológico y simbólico, la factual y sensible. El entorno
es entonces, simultáneamente, significación, percepción, sensación, orientación
y sentido afectivo, como “relación”.
El filósofo japonés Tetsurò Watsuji,
crea el neologismo fûdosei. El
vocablo japonés fûdo está compuesto
por los ideogramas “viento” y “tierra”. Para Watsuji, este vocablo abarca un
área semántica muy amplia, desde características climáticas, geológicas o topográficas,
hasta la fertilidad del suelo y la configuración del paisaje. Este término fûdosei no solamente define el estudio
de la naturaleza, sino, de acuerdo con la antropología del paisaje, representa la unión íntima entre el clima
y la cultura. En esta relación entre el medio ambiente y la vida humana
existe un vínculo vivencial que denota el estar dentro de un clima y sentirlo.
En este sentido todo aquello que
adquiere forma través de la cultura no es simplemente un mero entorno físico
sino la expresión existencial del sujeto humano influido por el clima y su
entorno. Watsuji reflexiona sobre el concepto de espacialidad y lo compara con el concepto de temporalidad, definido por Heidegger. Para Watsuji, ambos
conceptos definen la estructura existencial del sujeto. Puesto que Heidegger
confiere al Dasein, “ser-ahí”; una
estructura dual en la vida humana, a la vez individual y social, es
precisamente esta existencia humana en su dualidad la que para Watsuji revela
una temporalidad inseparable de la espacialidad y, consecuentemente, la
historicidad se muestra inseparable de la ambientalidad.
En este sentido el fûdosei expresa la
fenomenología del paisaje, en su doble aspecto, individual y social, donde
geografía e historia, paisaje y cultura están conectados, y en el que la temporalidad y espacialidad son inseparables. Fûdosei
representa la dimensión espacial de la conexión de una sociedad con su entorno
determinada por la ambientalidad,
como también su dimensión temporal definida por la historicidad. Los estilos de vida y construcción propios de un
territorio reflejan una integración y comprensión del ser humano en su
estructura dual, dentro del clima y del paisaje. Y no sólo los estilos de vida,
sino también la literatura, el arte, la religión, las costumbres, en una
palabra, en todas las expresiones de la vida humana.
Berque, traduce el término fûdosei en médiance, el cual tiene un carácter “trayectivo”, porque se
desarrolla en un tiempo histórico y en un espacio geográfico particular y, a la
vez, no trata solo de lo objetivo del entorno, o sólo de lo subjetivo, sino de
su relación. En condiciones geográficas, históricas y culturales específicas,
una sociedad se puede relacionar con su entorno transformándolo en paisaje. Por
lo tanto el paisaje está impregnado de médiance
e historicidad, dependiendo de su específica localización geográfica, en un
cierto período histórico y en una cultura particular. Para conocer dicho
paisaje no es suficiente cómo los elementos del entorno están ordenados
morfológicamente, ni centrarse solamente en cómo la fisiología de la percepción
funciona. Esencialmente, su comprensión proviene de la relación de ambos, y de
conocer las condiciones culturales, sociales e históricas que modelan esa
relación.