“¿La ola no tiene forma? En un instante se esculpe y en otro
se desmorona, en la que emerge, redonda. Su
movimiento es su forma”. (Octavio
Paz, Frente al mar).
A partir de este fragmento de texto, empezamos a
indagar sobre Península Valdés en la búsqueda de encontrar una respuesta a la
pregunta que Octavio Paz plantea en su poema: ¿en qué consiste el movimiento de
la ola? ¿Qué repercusión puede tener sobre la costa? ¿Qué situaciones,
distintas a las que se podrán dar en el continente, genera ese movimiento del
agua en la Península de Valdés?
¿La ola no tiene forma? quizás no una definida, quizás es una amalgama,
un organismo vivo que se mueve y, al moverse, genera fuerza y esa fuerza genera
forma. ¿Y cómo es que se genera esa forma?
Pero la ola ¿ES MASA O
ES FUERZA?-pensamos-. ES FUERZA QUE DA ESTRUCTURA, que da DIRECCIONALIDAD, que genera
RAJAS, CORTES, FILOS, PROFUNDIDADES.
LA FUERZA es EMPUJE.
Es la causa capaz de modificar el
estado de reposo o movimiento de un cuerpo o de deformarlo. En
la península, la sumatoria de estas fuerzas da equilibrio, el resultado es el
movimiento, es la dinámica de la vida. Entonces, si la suma de estas dos
fuerzas genera un equilibrio, quiere decir que a cada fuerza hay una
resistencia que se le opone.
En ese juego constante de avance y retroceso de la fuerza y su
resistencia, analizamos en qué instancias la tierra deja filtrar el agua y en
qué medida, en qué instancias, por el contrario, la roca maciza conquista el
ámbito marítimo y en qué punto estas dos fuerzas confluyen en un punto medio. El equilibrio se
alcanza cuando estas dos variables se combinan.
En ese juego de contracción y dilatación,
necesariamente existirá un punto, un eje nodal que hará de centro, de espacio
jerárquico, que unirá las distintas fuerzas. La
colisión de esas dos fuerzas dará el equilibrio.
Si el movimiento es la forma, la
península recibe su carácter y fisonomía por esas fuerzas en movimiento.
Observamos distintas instancias entre la
fuerza de la ola y su interacción con la masa compacta de roca, de acantilado
de la península: ambas fuerzas distantes, independientes, autónomas; las dos fuerzas
en choque, quebrándose, deformándose entre sí, cediendo o avanzando la una
sobre la otra como líneas, quebrando los volúmenes de masa, fisurándolos; Fuerzas
conviviendo en calma, con parsimonia, como planos, formando planicies donde
confluyen todas ellas y se calman. Fuerzas en equilibrio, donde la vida marítima
y la vida terrestre se unen.
Así, dos materias en contraposición y
conflicto: ROCA/ TIERRA como MASA COMPACTA, VISIBLE, TANGIBLE; y AGUA/OLA como MASA
ORGÁNICA, INVISIBLE, INTANGIBLE, que deja su fuerza al pasar registrada en la
forma modificada.
La fuerza de la ola, contundente y feroz, pero intangible, se ve
reflejada a través de la huella que deja grabada en la roca.
Si el movimiento implica una fuerza,
entonces la fuerza de la ola es lo que determina y da forma.
La huella queda como elemento tangible de
lo fue esa ola. Huellas que deja el viento, moviendo las olas, moviendo la
tierra y la arena, gastándolas, erosionándolas. Huellas de las olas contra la
roca, contra la tierra, contra la arena, marcando su pasar, modificando la
materia. Huellas que dejan estelas suaves, dinámicas. Huellas que dan vida y
sentido a la Península. Huellas del hombre que interviene esa roca transformada
como huellas ínfimas, casi nulas, que se asoman tímidamente por la roca, sobre
la arena, volando por encima del mar. Huellas del mar, en definitiva, que sube
y baja y oscila su nivel sobre las costas, sobre la roca.
El
acantilado, así, surge como huella, como memoria tangible de la fuerza que pasó
fugaz y lo transformó. Tiene dos instancias fundamentales: en un primer momento,
acantilado puro, emergente, firme y puro como roca maciza; que se impone ante
cualquier fuerza y contiene a las playas de la península; En una segunda
instancia: el acantilado modificado por la ola (si la ola no tiene forma, su
forma es dada por lo que erosiona) como roca que se rinde ante la fuerza del
agua, y ésta empieza a modificarle la forma. En esta situación, el acantilado si
bien no toma la forma de la ola, toma sus intenciones, su movimiento, su
energía, su compacidad por momentos, y su apertura por otros. Su tiempo y su
ritmo.
Como
consecuencia de esta interacción de fuerzas, el acantilado busca imponerse, resistir
y, al mismo tiempo cede y deja lugar a la acción de la fuerza imperceptible de
la ola. Acantilado que es, que deja de ser, y que empieza a ser arquitectura.
La
arquitectura aparece como paisaje modificado por la fuerza intangible de la
ola, varía su intensidad y su contundencia según si se transforma en acantilado
puro o en acantilado modificado por la fuerza de la ola.
El proyecto
busca encontrar estas instancias: en una instancia aparece la punta maciza del
acantilado que se asoma desafiante y no se deja erosionar, y emerge de ella el micro
cine como volumen macizo y contundente; en otra instancia, el acantilado se
muestra intervenido, modificado por la ola del mar que arremetió con su fuerza
y se fue, dejando huellas como marcas tangibles. La arquitectura registra y
devela estas huellas de la fuerza, se transforma y se quiebra, es dinámica y
tiene ritmo. Para lograr que el museo sea interactivo, las pasarelas de
avistaje se transforman en espacios cubiertos, protegidos o al aire libre, y
aparecen señalizadas e intervenidas con información sobre la península para
enfatizar un recorrido, una circulación continua que empieza a formar parte del
museo. Estas pasarelas se toman tangencialmente al acantilado, lo horadan, lo
intervienen como memoria activa, como huella tangible de la ola.
La ola, en un solo instante, se esculpe y se desmorona. Su
fuerza, fugaz y feroz, genera huellas en los elementos que erosiona. Su forma
está en el negativo de ese elemento modificado.
Las marcas del acantilado quebrado son la consecuencia de
esa fuerza intangible.